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  • Foto del escritorTimpano SinCeros

ABC de una dedicatoria

La última canción que dediqué fue ‘Especie’, de Gustavo Cerati. Atontado y enamorado. Luego me convertí en un flagrante ladrón de letras de canciones y me puse a armar una playlist autodestructiva. De aquellas que uno escucha cuando no le satisface el ruido de la gente.



Intrigado, confundido y atiborrado por el significado indefinido de 3 a 5 minutos de canción, me propuse a escuchar las mismas tres canciones todos los días, procurando que en cada una de ellas el tiempo del día sea distinto: mañana, tarde y noche, con la premisa de entender la importancia de la música en la soledad y compañía.


En el top 3 de esta playlist autodestructiva están ‘Los días invisibles’ de El Extraño, ‘Compañera’ de Alex Eugenio y ‘Especie’ de Cerati. Escuchadas sin orden o preferencia por alguna. Este trío conforma un balance sensitivo y que me cuestiona. Me traiciona y me hace pensar. Me convierte en un filósofo de chiste, que pregunta: ¿por qué dediqué canciones? ¿por qué dedicamos canciones?


Conocí, cuando era pequeño, a esa versión diminuta de representar mi personalidad en una canción. Me dedicaba ‘Me Amo’, del Cuarteto de Nos. Así, en un tono egocéntrico, descubrí que tenía un himno personal.



La misma dinámica se repite, y ahora entiendo la actividad de dedicarse canciones entre personas, pues su objetivo es crear códigos íntimos con las parejas, expresar (exageradamente) lo que sentimos, e idealizar hechos que no han sucedido.


Esta artimaña de dedicar canciones en la relación, censura la identidad del artista. La manda al olvido indefinido. Más bien, quien la dedicó empieza a ser el atribuido, y se gana el valor de aquellas sensaciones. Cabe anotar que, esta conversión al anonimato del artista no es un insulto para él, al contrario, derriba barreras y sirve, cuando la pareja se separa, como una opción para el descubrimiento del artista, pues la canción sigue viva en dos personas y quienes escuchan la misma canción para infringirse dolor, en su hastío y luto amoroso, se pueden intrigar por el/la cantante y el músico se gana un fan (o dos, si anda de suerte). Me pasó con Luis Rueda cuando dediqué ‘Transparente’.



Esa historia (más o menos a medias) tiene mi top 3, que vive, por suma fidelidad al experimento de este artículo. Sin embargo, hubo más canciones en el camino, pero que no llegaron a trascender. Esto porque a veces sólo ‘se muestran canciones’, acción muy diferente a lo que conocemos por ‘dedicación’, y que irónicamente es asunto de confusión. Vivir en esas canciones ‘mostradas’ no es un sinónimo de códigos íntimos, pues no fue generado para conseguir algún tipo de significación con el otro.


La ‘muestra’ entristece.


El objetivo de la dedicación es crear momentos, recuerdos y aspiraciones. Se lleva de la mano de los tiempos y también de una estructura narrativa, pues hay canciones para cuando inicias la relación, cuando la vives y su inquebrantable final. Una serie de opciones son los siguientes:


Opción 1


(inicio de relación)

(en la relación)

(fin de la relación)


Opción 2

(inicio de la relación)

(en la relación)

(Fin de la relación)



Opción 3

(inicio de la relación)

(en la relación)

(fin de la relación)



Esta estructura narrativa me lleva a la conclusión que, la música es el éxtasis omnisciente en la unión de dos seres, y que su ausencia es suicida para la relación.


La edificación de álbumes de amor no es sólo un juego de ventas. Es un enganche a un sentimiento común. Pues las aspiraciones sociales incitan al ser humano a amar y ser felices, aún en el ocaso más triste de su vida, pues como decía Ernesto Sábato (lo parafrasearé e incluiré la palabra “héroes”): los depresivos, aún en su depresión son los verdaderos héroes, pues a pesar de salir lastimados en su búsqueda de felicidad, nunca dejan de intentarlo.


El amor vende, sí. El desamor también, pero este no se dedica expresamente. He hablado de la dedicación como exclusividad de las parejas, no obstante, el desamor, exclusivamente, va hacia la dedicatoria propia. ¿Recuerdan cuando escribí de mi dedicatoria autónoma del Cuarteto de Nos? Pues esa acción fue, como lo aclaré, una búsqueda de un himno propio. Y es que un cancionero personal tiene más fuerza que uno compartido, y el argumento que sostiene esta afirmación es irrefutable: nunca te separas de ti mismo. Por eso es que cuando voy de viaje siempre tengo mi playlist. En caso de olvido propio o amnesia alcohólica.



Dedicar y recibir la dedicatoria es muy parecido al trueque y a la tercera ley de Newton: Si no hay reacción a esta acción, no hay relación. Es una ruleta rusa, pues define el destino del camino. La importancia de la música, cuando estás solo o en compañía se resume a la importancia de vivir. De sentir o creerse muerto. De inventarse realidades y forzar el cerebro a imaginar utopías (si eres distópico, ve al punk, no jodas).


Hay música para odiar, incluso para creerse un ser deleznable (como la de Aleks Syntek o Morat). Hay para todos, para quienes hacen playlists y tienen su top 3, sensitivo y doloroso, e incluso para aquellos masoquistas que han dedicado dos veces la misma canción, y con más razón si esa canción ha sido “My kind of woman” (qué shunshos).



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